Un trasnocho sobre la espiritualidad como sentido de paz.
Era el jueves 13 de mayo del 2021 y había pasado un buen tiempo desde el último trasnocho, el lugar era el mismo y moverse hasta allí un gran placer mezclado del miedo de ver lo encubierto, esa extraña sensación de temor frente a lo que somos. La noche estaba dispuesta para reencontrar la mística de caminar la tierra en un contexto tan ansioso como el de una crisis pandémica de lo neoliberal y sus miserias exacerbadas por un virus que encarna la lotería de la muerte completando el panorama saturado de ahogo que hoy se impone y nos apaga.
Realmente, de los momentos previos, lo más resaltable es la vital necesidad tan almífica de volver al núcleo ancestral del ser gente frente a tanta demencia y miedo, la esperanza de sentido en la palabra y el silencio de nuestra fuente, es así que llegamos al municipio de Cota a eso de las 9 de la noche y luego de buscar algo de comer nos dirigimos hacia dentro de la montaña sagrada de Majuy que nunca sobra aclarar tiene en su vibración sonora la potencia del encuentro con el sí mismo.
Parqueamos por la parte de arriba de la casa del abuelo, por la trocha, estaba oscura la noche y el cielo lleno de nubes, siempre me fijo en la posibilidad infante de ver cielos estrellados y viajar a lugares maravillosos, el aire era fresco y consolador, la montaña era maternal y tierna, tan suavecita, y sus maestros vivos cantaban el coro de los sapos y de las ranas, escalas armónicas que en dulzura saben penetrar los psiquismos y los llevan a viajar las honduras posibles que nos requieren y esperan a lo largo de los tiempos, era volver a estar en casa y me sentía culposamente, a pesar de las bombas aturdidoras y gases lacrimógenos que dejaba en la ciudad, de los trágicos asesinatos, la mala muerte de jóvenes, de las luchas y sus reclamos de dignidad, repito, me sentía en ese extraño contexto de regalo originario, muy bien.
Caminamos muy poco la montaña a través de un camino empedrado dentro del sector conocido como la chagra y nos acercamos a nuestro respetado y amado Chunsua, nuestra casa espiritual, recuerdo verme en la entrada e inmediatamente disponerme a hacer la vuelta de ingreso sobre mi eje atravesando el marco de la puerta y dejando atrás como símbolo el pesado mundo para ingresar así algo más liviano, más suave, más dulce al universo ancestral de la maloka, me hallé en ella, en el vientre de la madre tierra, inmediatamente identifiqué donde estaba sentado el abuelo y mientras caminé siguiendo su forma circular por la derecha di la vuelta acercándome al mayor, miraba el humo y su espesa capa en toda la altura media del lugar, observé el piso y su arena y me fijé en los estantillos que la estructuran y sobretodo en el principal, el Tamuy, el tronco que conecta a la tierra con el cosmos, a la madre con el padre, fueron segundos y cuando me vi frente al abuelo fue tanta la alegría y admiración que lo abracé como abrazaría a mis abuelas y abuelos físicos si los tuviera vivos, lo abracé fuerte y cariñoso mientras le decía con toda la solemnidad amorosa “-abuelito-”, y sentí de su parte el mismo cariño y su fortaleza como autoridad.
Procedí a sacar mi mochila y saludar con Ayo (hoja de coca), como es debido, lo salude tradicional y a los amigos que acompañaban, y me senté a su lado, lo primero que noté era la presencia del otro abuelo, el espiritual, lo sentía en el Tamuy junto con toda la estética mística de poder que lo adorna, mochilas, figuras de Tunjos y caciques, ollas color tierra y color barro de diversos tamaños con plantas sagradas y aguas de baño, muchos símbolos sagrados de la historia colectiva del Chunsua de tantos caminantes de ancestralidad que la han tejido y cómo si fuera un solo sentido, una presencia antigua y fuerte, silenciosa y profunda frente a la cual en una actitud muy personal bajaba mi cabeza y manifestaba incluso con el dibujo de una amorosa sonrisa en mi rostro el agradecimiento por llamarme de nuevo, por permitirme estar allí sentado en curación.
Esta vez no tuve que poner palabra de propósito, solamente fue sentarnos y ya estaba puesto, la necesidad humana de encontrar sentido colaborativo a los difíciles tiempos actuales, el hallar sentido al incremento del miedo y a la cercanía de la muerte en estas existencias individualmente compartidas de la violencia terrorista del estado, de la violencia neoliberal y sus profundas y reales necesidades básicas tan insatisfechas de estos días, de la crisis civilizatoria de la subjetividad, pero sobre todo, de la perdida de lo humano, ¿qué nos paso qué ya no somos gente?
El abuelo compartió su visión de lo sucedido mientras se mambeaba y se poporeaba frente al fuego sagrado, habló de su visión de las protestas cuestionando el dejarse llevar por pasiones que conocemos en muchos momentos históricos por décadas, siglos y milenios y de las cuales decía “aún no hemos aprendido lo que hay que hacer, no hemos aprendido que eso no resuelve nada, tan solo nos dejamos llevar y peleamos y aunque algo ganemos o algo perdamos parece que lo mismo vuelve a suceder y a veces peor con los años, el indígena se tiene que volver a sentar, no solo la marcha, tiene que volver a mirar esto en espiritual, su marcha es espiritual” yo no le entendía, tal vez porque aquí lo que esta es una sensación histórica de pertenencia con mis abuelos de la izquierda y de abajo, de lo popular, tal vez no le entiendo al abuelo indígena porque mi herencia política esta movida por este lugar de las víctimas, porque su espíritu me llama a la justicia de protestar…
No le dije nada más al abuelo, no encontré sentido allí a una discusión política del derecho a la protesta y de cómo ésta puede sintonizar sentidos comunes, es decir, acuerdos políticos de vida, porque además siempre siento que protestamos entre algunos y contra otros, nosotros los buenos contra ellos los malos, pero no me queda aún claro lo más común y menos como se logra, lo que integre a la victima y al victimario, al pobre y al rico, porque además el rico poderoso no quiere… si ven, vuelve la candela, pero tenemos derecho, nos están matando… si ven, vuelve y me llama en lenguaje oprobioso de ser la victima histórica. ¿Pero, además, cuando yo soy la víctima, que lugar le dejo al otro para ser, de pronto, el de seguir siendo eternamente el victimario?
También habló de las reacciones violentas y exacerbadas por parte de los poderosos, de su candela, de la persecución histórica y milenaria a los pueblos indígenas “esto no es nuevo, mencionó, luego un largo silencio, ya lo conocemos, pensaba en voz alta”, de todos estos negativos implícitos en la pregunta por el sentido de la lucha social, pero, de fondo, y de contexto, todo el tema era siempre el mismo, un poderoso negativo, miedo y miedo a la muerte, el veía cómo nos afectaba y cómo se utilizaba para controlarnos, no era que hablara necesariamente de alguien, de un tirano personificado, un político, un soldado, un policía… lo dejaba ver más como un ego, uno que también me habitaba, un espíritu que nos atrapaba a todos.
Igualmente compartimos de nuestros muertos, de los del Covid y de los de la policía, y la palabra siempre fue la de volver a comprender la muerte como inaplazable sentido ultimo de finitud que enseña de lo impermanente, de nuestra entrega y aceptación, de pronto aquí lo expongo muy budista, el abuelo realmente dijo, independiente de su origen, “como me voy a perder la vida corriendo y negando, escondiéndome de algo tan cierto que ya está escrito y a que todo el mundo le toca, el día que me toque, que así sea, madre me estará llamando al gran sueño y a continuar mi camino de espíritu, mientras tanto, ¿para qué me adelanto? ¿para qué me asusto? si así es, nadie tiene comprada la vida, si hay que venir a 10 minutos hay que aprender de esos 10 minutos, si otros tenemos que venir 90 años, hay que aprender de esos 90 años, eso ya viene dado y no tiene sentido pelear.
Continuó diciendo el mayor, cuando se muere, hay que aprender a hacer el mortuorio, son 9 días, son 9 puertas, las primeras cinco se recuerda al muerto con todo lo que le paso y las últimas cuatro se celebra con todo lo que le gustaba, su música, su comida, su danza, todo quien fue, y en honor y para descanso de él se viven alegremente sus gustos, de tal forma que al noveno atraviese con confianza y llegue al mundo de los muertos, ese mundo es bonito, ya allí en calma, estará siempre con nosotros desde lo espiritual, desde nuestro corazón, acompañando con su fuerza, sé que humanamente duele y espiritualmente se goza, hay que aprender esta danza cada vez con mayor tranquilidad, hay que dejarlos ir, si es así, nuestros muertos están felices.
Luego de esto, y de toda mi confusión racional al respecto, me pareció adecuado compartirle al abuelo que había escuchado una entrevista con los jóvenes de la llamada primera línea en el lugar recién bautizado Puerto resistencia en el distrito de agua blanca en la ciudad de Cali, y que me había sorprendido frente a una pregunta de una periodista sobre ¿quién era la primera línea, quienes son esos jóvenes que protestan y se enfrentan a la policía? La respuesta del líder barrial fue impresionante, le dije al abuelo y luego se la describí, “la primera línea son los jóvenes, estudiantes varios, pero sobretodo aquí en agua blanca, es la gente que ya estaba muerta en este sistema, el ladrón, el drogadicto, el habitante de calle, la gente que me dice que el paro, la marcha, la pelea es lo único que les ha dado sentido en sus vidas, ya estábamos muertos y condenados y en estos días he sido el héroe que protege al barrio, me miran, me integran, me respetan, tenemos un lugar y un sentido frente a un sistema que me excluyo para no ser gente” ¿Qué tal esto? Pero la respuesta del abuelo no fue menor…
Dijo él, “hay muertos que reclaman, por ejemplo, los espíritus de los territorios en conflicto, en saqueo, el espíritu de las vasijas de barro, las llamadas momias y los objetos de oro encarcelados en los museos, nuestros lugares sagrados, poporos, piedras y tunjos profanados y hoy en Europa, o las espadas de los monumentos que están cayendo en las calles y que deben volver a España para no quedarnos con las manos ensangrentadas de esos conquistadores, que vuelvan a sus lugares, a sus orígenes, que también descansen”. La guerra es también el espíritu de la gente que murió atrapada en el dolor de la violencia y la injusticia, el espíritu de los indígenas asesinados desde hace tanto tiempo y ese espíritu es la fuerza que estos extrañamente llamados muertos en vida de las barriadas reciben en tal sensible conmoción de sintonía para la pelea y sentida justa rabia, es el espíritu de estas víctimas que llama y reclama, que nos vuelve de uno u otro ejército, es tanta candela que nos posee y que sin advertencia nos convierte en justos militantes ignorantes de guerras espirituales antiguas que se recrean y que en lugar de sanar en paz nos dividen cada vez más. La guerra es espiritual, no solo humana, y no se quiere aceptar, dos grandes fuerzas que nos ordenan desordenar y que hasta que miremos con el mensaje de su sangre y el dolor de ancestros que necesitan descansar en ambas partes, no nos dejarán en paz.
Finalmente dijo el abuelo, “que se lleven sus estatuas por favor, se las entregamos respetuosamente a España y que nos devuelvan lo que quede de lo nuestro, esas memorias y elementales también hay que trabajarlos para que no siga la guerra”. ¿Aún no sabemos cómo hablar, menos escuchar? ¿cómo se le dice al otro, al supuesto enemigo qué podemos acordar? -con candela no puede ser-, pareciera que el otro no quiere escuchar, y aunque no entendemos, ¿quién sabe si uno si escucha? es más un aprender a vivir y a hablar tan bonito, tan con la tierra, tan dulce y espiritual en el propio corazón que al otro no le quede más que también empezar a dialogar, no es hacer rendir con tiranía como siempre ha sucedido, es entregarnos todos a una conciencia mayor, y esto no es eufemismo, no es liviano, no es menor, que cada cual mire lo sucedido, hay que mirar la historia, hay que voltearse al pasado para descubrir nuestras fuerzas, nuestra ancestral alegría, igual, que cada cual llore y honre sus muertos para volver a levantar la cabeza, escuchar el alma de un pueblo, de varios pueblos, del indígena, del negro, del campesino y del angloeuropeo, de lo femenino y de lo masculino, del co-razón y la razón, que se respete la memoria y el dolor del otro, que se pida perdón, no es estar más allá del bien y del mal, es hacer conciencia integrativa conociendo y estando en el supuesto bien y en el supuesto mal, escuchando en todo lugar posible del espectro, que se entienda que la única manera de ir a la candela para apagarla es teniendo los pies de agua, pero así como estamos en nosotros mismos, ¿quién? Por eso, a curar para marchar.
Itzaquem
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